domingo, 25 de febrero de 2018

10 LITERATURA GRECOLATINA: SIGLOS I Y II DESPUÉS DE NUESTRA ERA

DE TIBERIO A MARCO AURELIO 

Se inicia este periodo con los reinados de las dinastías Julia (14-68) y Flavia (69-96), a las que sigue la de los Antoninos. Ya con el emperador Tiberio (14-68), al que Augusto no tuvo otro remedio que hacer heredero, se inició la decadencia en las letras en Roma. Las declamaciones y las lecturas públicas ocuparon un primer plano, se cultivaban géneros poéticos muy diversos y los escritores dieron primacía en sus obras al brillo exterior y a veces meramente retórico, distanciándose de la vida real y abandonando la imitación o el ejemplo de los modelos griegos. Por otro lado, la literatura traspasa las fronteras de Roma y se extiende a las provincias del Imperio: surgen autores procedentes de España o de África. 

La poesía, fábula, sátira y epopeya 

La fábula, que tiene su antecedente griego en la figura de Esopo, adiquirió carta de naturaleza en Roma con Fedro. Fedro, que vivió poco más o menos entre 15 antes de C. y 50 de nuestra era, llegó de Grecia a Roma en calidad de esclavo y fue emancipado por Augusto. 

Por algunas alusiones contenidas en su obra, lo persiguió e hizo condenar, no se sabe a qué pena, el favorito de Tiberio Sejano. Largo tiempo olvidado, la fama le llegó a Fedro tardíamente (su obra fue exhumada de un manuscrito a finales del siglo XVII). 

Componen toda su producción literaria cinco libro con un total de noventa fábulas en versos senarios yámbicos. Muchas de ellas proceden de Esopo, otras son más originales: cabe citar las tituladas "La zorra y la máscara", "El perro y el lobo", y "La zorra y el dragón". Para Fedro era, antes que nada, una sátira en forma de apólogo destinada a describir y a condenar los defectos humanos. 

Entre los poetas satíricos propiamente dichos descollaron Aulo Persio Flaco (34 - 62) y Décimo Junio Juvenal (entre 55 - 60 y hacia 138). El primero nació en Volterra (Etruria), de una familia ecuestre, y sobre pél ejerció gran influencia el filósofo estoico Anneo Conuto. Dejó al morir seis sátiras revisadas por su amigo Cornuto, en las que trata temas como los de los poetas ridículos o arcaizantes, la pereza o la vanidad de los nobles. Muy admirado en su tiempo, su estilo peca de artificioso y oscuro, si bien se ha elogiado la elocuencia tensa de sus versos. 

Juvenal y Marcial 

En cuanto y a Juvenal, se sabe que nació en Aquino y que en Roma declamó sus sátiras en lecturas públicas. Según uno de sus biógrafos, fue desterrado a Egipto, donde murió a avanzada edad. Más elocuente o declamador que poeta, publicó en orden cronológico 16 sátiras distribuidas en cinco libros. Junto a algunos versos que se han considerado admirables, muchos otros son puro acarreo retórico . Su fama data del siglo IV y alcanzó su mayor resonancia en la Edad Media. Modernamente se la ha valorado como poeta  de segundo orden, autor de algunas frases proverbiales. Máxima de Juvenal es la que reza mens sana in corpore sano. 

Aunque el epigrama no sea forzosamente satírico, cabe citar en este apartado el nombre de Marcial (entre los años 40 y 102). Nacido en Bilbilis (Calatayud), en la España Trraconense, marchó a Roma hacia el año 64. En busca de protección y amparo, fue un adulador del emperador Domiciano, del que sólo obtuvo títulos honoríficos. La generosidad de Plinio el Joven le perimitió regresar a su tierra natal, donde murió al poco tiempo. Para la inauguración del coliseo compuso el Libro de los espectáculos, colección de treinta y dos epigramas, obra a la que hay que agregar los dos libros de título griego Xenia y Apophoreta, publicados entre los años 84 y 85 y doce libros de Epigramas, el último de los cuales lo compuso ya de regreso en Bilbilis. Marcial destaca por sus dotes de observador, la alternancia de delicadeza y obscenidad, el remate (aguijonazo) de sus epigramas y la ausencia de retórica. Muy leído en Roma, su fama traspasó las fronteras del Imperio. 

La épica. Lucano 

Dentro de la poesía, la épica la cultivaron, entre otros, Marco Anneo Lucano (39-65), Valerio Flaco (autor de los Argonautas, en ocho libros, sobre tema ya tratado por Apolonio de Rodas), Silio Itálico (dejó la epopeya Púnica, sobre la segunda guerra púnica, formada por doce mil doscientos versos y diecisiete cantos) y Publio Papinio Estacio (compuso la Tebaida, poema épico sobre la rivalidad de Etéocles y Polinice, que dedicó al emperador Domiciano, y dejó sin terminar la Aquileida). 

De todos ellos el más destacado es Marco Anneo Lucano, sobrino del filosófo Séneca y originario de Córdoba. Ya en Roma, brilló muy pronto en las declamaciones griegas y latinas. Nerón lo nombró cuestor y augur, pero no tardó en caer en desgracia. Al descubrirse la conjuración de Pisón, en la que participó, Lucano se quitó la vida, dejando una numerosa obra (épigramas, tragedias, elogios e invectivas referentes a Nerón, etcétera).



Lucano debe sobre todo su fama a la epopeya que suele titularse Farsalia, aun caundo en los manuscritos figure bajo el epígrafe de Bellum civile. Prolijo en las descripciones, muy influido por las declamaciones oratorias, el poema fue muy estimado durante la Edad Media. 

La prosa. Tácito 

Figura relevante de este largo periodo es la de un historiador: Cayo Cornelio Tácito. Aunque carecemos de las fechas exactas de nacimiento y de muerte, cabe fijar la primera en torno al año 55 de nuestra era y la segunda alrededor del año 120. Era probablemente hijo de un caballero romano, Cornelio Tácito, que ocupó el cargo de procurator en Bélgica hacia el año 55, y se conjetura que nació en una provincia del norte de Italia. 

Frecuentó las escuelas de retórica, ejercitándose en la práctica de las célebres declamaciones, y recibió la influencia de la filosofía de los estoicos, que gozaba entonces en Roma de gran predicamento. Con fervorosa admiración de discípulo, escuchó a los grandes oradores de su tiempo. Marco Aper y Julius Secundus, impregnándose de sus consejos y enseñanzas. Adquirió temprana reputación de jurisconsultó elocuente y prudente, de lo que nos han transmitido su personal testimonio Plinio el Joven. 

En su producción se incluyen: Diálogo de los oradores, escrito hacia el año 81; Vida de agrícola, panegírico de su suegro que compuso ante la imposibilidad de pronunciar el elogio fúnebre del fallecido por encontrarse Tácito ausente de Roma; la Germanía, monografía en dos partes sobre las costumbres germanas, que compuso fundándose en informes orales directos y en la lectura de Plinio el Joven; las Historias, de las que se han conservado cuatro libros y una parte del libro V y que incluían los hechos acaecidos desde el año 69 (ya muerto Nerón) hasta el año 96 (asesinato de Domiciano y advenimiento de Trajano) narrados en catorce libros, y los Anales (Libri ab excessu divi Augusti), que según se deduce abarcarían desde la desaparición de Octavio Augusto el año 14 de nuestra era hasta el año 69, enlazado así con las Historias. Originariamente se compondrían los Anales de 16 ó 18 libros y con lagunas considerables han llegado hasta nosotros los libros:  I-VI  y XI - XVI. 

En política consideró el Imperio como algo necesario, aunque personalmente prefirió volver su mirada hacia el pasado. Mostró gran admiración por la virtud, pero en cuanto a moral y religión no se vinculó a ninguna escuela, a pesar del impacto que recibió del estoicismo en su juventud. 

Plinio el Viejo y Plinio el Joven 

Cayo Plinio Secundo, conocido como Plinio el Viejo, nació el 23 o 24 en Novum Comun y estuvo como oficial de Caballería en Germania y como procurador en España. Bajo el reinado de Tito fue jefe (almirante) de la flota de Misena. Murió víctima de su curiosidad científica al pretender observar de cerca la erupción del Vesubio que el año 79 sepultó Pompeya. 

Plinio el viejo escribió numerosas obras y llenó gran cantidad de cuadernos de notas a lo largo de una laboriosa existencia. De toda esta producción se ha conservado tan sólo la llamada Historia Natural , de nulo valor literario, pero depósito de noticias que en determinados casos poseen gran interés. Compilación enciclopédica en la que Plinio almacenó datos sin criterio particular alguno de selección. 

Plinio el Joven 


Sobrino de Plinio El viejo era Cayo Plinio Cecilio Secundo, llamado Plinio el Joven, nacido así mismo en Novum Comun hacia el 61 de nuestra era. Fue discípulo de Quintiliano y no tardó en alcanzar la celebridad como orador en el foro. 

Tribuno militar, prosiguió la carrera de los honores como cuestor (89 a 90, tribuno del pueblo y pretor bajo el reinado de Domiciano (81-96) , aunque su verdadera vocación fue la de hombre de letras. Falleció hacia el año 113, cuando desempeñaba el cargo de pretor en Bitinia y dejó como obra principal diez libros de epístolas o cartas en dos recopilaciones. Los libros I-IX son cartas dirigidas a sus amigos y contienen numerosos detalles sobre la vida del autor y la sociedad romana: el libro X comprende las cartas destinadas a Trajano desde Bitinia y en este aspecto constituyen un inapreciable documento sobre la administración de una provincia romana bajo el Imperio.


Plinio el Viejo

La filosofía: Lucio Anneo Séneca  

Máximo representante de la filosofía en el siglo I del Imperio es el cordobés Lucio Anneo Séneca, segundogénito de Séneca el Mayor o el Viejo. Nació en Córdoba hacia el año 4 antes de Cristo, pero se educó en Roma, donde ejerció por algún tiempo como abogado y fue posteriormente nombrado cuestor. Ya amenazado de muerte bajo el reinado de Calígula, una falsa acusación de Mesalina lo obligó a exiliarse en Córcega (41). En el año 49 lo hizo llamar Agripina para encargarle la educación de Nerón y en los primeros años del reinado de éste parece haber ejercido una beneficiosa influencia sobre él. Al perder esta influencia, Séneca se mantuvo entonces alejado de la corte. Implicado en la conjuración de Pisón, Nerón le ordenó quitarse la vida (65), lo que hizo con el estoicismo que no siempre preconizó consecuentemente. 

De Séneca se han conservado los monólogos reunidos bajo el título de Dialogorum libri XII, donde trata de definir cuestiones como la de la felicidad, la existencia del mal, el dolor, etcétera, según el enfoque de la escuela estoica; tratados como de De clemencia y De Beneficiis; las Cartas a Lucilo, donde se muestra la madurez del escritor en el tratamiento de temas parecidos a los de los diálogos. 

Se le atribuyen también nueve tragedias, de argumento griego, que son a la vez ejercicios de declamación y exposiciones o ilustración de la doctrina estoica, entre las que cabe citar Medea Fedra. De carácter satírico-burlesco es su Apocolocyntosis, donde trata con todo desenfado de la muerte del emperador Claudio, entreverando verso y prosa. 


La prosa narrativa. Inicios de la novela. 

Dos son los grandes prosistas narrativos, novelistas si se quiere, del periodo: Petronio y Apuleyo. De Petronio nada se sabe con certeza y sobre él se suele hacer referencia a la historia que cuenta Tácito en sus Anales acerca de un tal Petronio, originario de Marsella, predilecto de Nerón y procónsul de Bitinia, que ha empicado posteriormente en la conjuración de Pisón, ya citada anteriormente, se habría quitado la vida abriéndose la venas. 

Caabe la posibilidad de que sea este personaje el autor de la obra que aparece titulada en los manuscritos Petronii Arbitri Satiricon, el sobrenombre de arbiter puede derivarse del texto de Tácito donde se dice de aquél Petronio que fue el dictador o árbitro del gusto en la corte (elegantiarum arbiter). Favorecen la hipótesis las alusiones que hay en el Satiricón a hechos sucedidos durante los sucesivos reinados de Tiberio, Calígula y Nerón. Una parte considerable de la obra se ha perdido y la nutrida serie de fragmentos conservados suele agruparse en tres apartados titulados y presentados así: a) Ascilto (nombre de un personaje), capítulos I-XXVI; b) La cena de Trimalción, capítulos XXVII-LXXVIII, texto muy discutido en su origen, y c) Eumolpo, capítulos LXXIX-CXLL. Diferencias de estilo, de lengua y de psicología entre estas tres partes han suscitado la duda sobre la autoria del Satiricon. Modelo de realismo, se definen en unos párrafos el ideal artístico de Petronio que no sería otro que la sencillez, naturalidad y franqueza en la que van de lo cómico a lo trágico, de lo burlesco a lo patético, se describen las costumbres disolutas de la época con toda su crudeza y con una gran variedad de fórmulas expresivas. 

Junto con el Satiricón, destaca de ésta época la novela El asno de oro, obra de Apuleyo (hacia 124-después de 170). Oriundo de Madaura, estudió en Cartago y en Atenas, viajó por el Asia helénica, y tras una prolongada estancia en Roma donde ejerció como orador forense, regresó a Cartago. Acusado de haber empleado la magia, para defenderse en el proceso, compuso la Apología, único discurso judicial que se nos ha transmitido del Imperio.


Apuleyo - el asno de oro


Entre otros textos dejó un reasumen de la filosofía de Platón, una especie de disertación sobre los demonios o el demonio de Sócrates. Sin embargo, el que mayor interés ofrece es Las metamorfosis o El asno de oro: es la historia del joven Lucio que al querer transformarse en pájaro se equivoca de ungüento y se ve convertido en asno. Tras una serie de vicisitudes, entre las que se intercala el célebre cuento de Psiquis y Cupido, Lucio recobra la forma humana y es iniciado en los misterios de Isis primero, en los  de Osiris después. Escenas de crudo realismo, delicadas descripciones y hasta efusiones místicas que se entremezclan en el relato. El autor no duda en introducir en la obra pasajes enteros de novelas griegas, según la técnica eclectista al parecer muy poco corriente en la época. 


DESDE MARCO AURELIO HASTA LA CAÍDA DEL IMPERIO DE OCCIDENTE 

Desde el emperador Marco Aurelio que reinó entre 161-180, hasta la caída del imperio de occidente, que se produjo en 476, la cultura de Roma fue ampliando sus fronteras al tiempo que hacia su aparición el fenómeno del cristianismo. Pronto surgió frente a los escritos de los defensores del paganismo una literatura de carácter apologético, que daría sus frutos hasta llegar a los padres de la iglesia. 

La poesía. Desde Comodiano hasta Prudencio 

La literatura como genuina creación cede en general el paso a la poesía, que se define más bien por la habilidad en la versificación de quienes la cultivan. Junto al poema anónimo Pervigilium Veneris, en versos septenarios trocaicos, es decir, "la velada de las fiestas de Venus" , aparecen, dentro de lo que se denominará poesía profana, figuras como las de Rufo Festo Avieno, De. Magno Ausonio, Claudio Claudiano, Rutilio Namaciano, Terenciano Mauro, y Nemesiano.

De Rufo Festa Avieno se sabe que procedía de Etruria y que fue dos veces procónsul. Compuso en verso de dos obras de geografía: Descriptio orbis terrae (Descripción de la tierra) y Ora marítima (Riberas del mar). 

De D. Magno Ausonio fue discípulo el emperador Graciano Ausonio vivió entre 310 y 395 y escribió los poemas descriptivos Idilios, uno de ellos dedicado al descenso de Mosela desde Tréveris hasta el Rin, Valioso documento es el epistolario que intercambió con Paulino de Nola, biógrafo de san Ambrosio. 

De Alejandría era oriundo Claudio Claudiano (370-408), que utilizó en sus escritos el griego y el latín. Protegido de Estilicón en Roma, le dedicó el poema De Bello getico, dejó algunos poemas mitológicos (Del rapto de Proserpina), ácidos epigramas, panegíricos y epitalamios. 

A Claudio Claudiano se le estima como uno de los últimos poetas clásicos, al igual que a Rutilio Namaciano, de origen galo, y prefecto en Roma en 414. El viaje de retorno a su patria, por vía marítima, le inspiró los versos De reditu suo, donde inserta dos invectivas: la una contra los judíos, la otra contra los monjes.

Cuatro églogas y el poema Cynegetica (sobre la caza) constituyen el legado de Nemesiano, africano de Cartago, mientras que de Terenciano Mauro se sabe que escribió en verso sobre gramática y métrica. También en verso está compuesta la única comedia (siglo IV) conservada en latín, dejando aparte el teatro de Plauto y de Terencio: se trata del Querolus, continuación de la Aulularia de Plautoen versificación popular, próxima a la prosa rimada. Muy estudiados en la época carolingia fueron los Dicta Catonis, preceptos de moral en hexámetros dactílicos. 

Clasicismo y cristianismo 

Tras la paz de la iglesia (en 313) apareció la necesidad de verter en los moldes y en la métrica clásicos los sentimientos inspirados en la nueva fe del cristianismo y por mucho tiempo los modelos de la poesía cristiana serán Virgilio, Horacio y Ovidio. 

Poeta cristiano es así mismo Meropio Pontino Paulino (entre 353 y 431), también conocido por san Paulino de Nola, originario de Burdeos y de discípulo de Ausonio, del que destacan los Carmina natalitia (en honor de san Félix) y las epístolas que dirigió a su maestro Ausonio y San Dámaso (366-384), primer papa, según parece, que practicó la literatura en latín, autor de inscripciones en verso grabadas en monumentos diversos. Destaca también Sidonio Apolinar (431-487), nacido en Lyon, que llegó a ser prefecto de Roma (468) e hizo los panegíricos de varios emperadores antes de ser elegido obispo de Arverna (Clermon-Ferrand) hacia 472. Tras una etapa en que compuso poemas mitológicos o bien los panegíricos citados, se adentró en una temática del todo cristiana (epitafios, inscripciones, etc.).

Aparte de su obra poética (veinticuatro composiciones), se conservan ciento cuarenta y siete Cartas suyas en nueve libros, valioso documento sobre la Galia y la época que reflejan

Existen tambiénn varios poemas cristianos del siglo IV que se han mantenido anónimos y entre los que cuentan la plegarias Laudes Domini (ciento cuarenta y ocho hexámetros) y el poema compuesto de ochenta y cinco dísticos titulado De ave Phoenice.

En esta misma época alcanzó notable difusión un género nuevo: el centón. Así, por ejemplo, la poetisa Proba dejó un centón virgiliano (unos setecientos versos hecho únicamente de otros versos o de fragmentos de versos tomados de Virgilio y transferdos a la historia bíblica). De igual modo están compuestos los dos centones Tityrus y De verbi incarnatione. 

San Paulino de Nola

La historia y la elocuencia 

En el campo de la historia merece citarse la recopilación Historia Augusta, con biografías de emperadores (desde Adriano  hasta Carino), escritas por diversos autores que tomaron a Suetonio como modelo. De gran valor para los siglos II y III, aunque de escasa calidad literaria, entre aquellos que colaboraron se cuentan Flavio Vopisco y Lampridio. 

A Amiano Marcelino, nacido en Antioquia hacia el año 340, se debe una obra de historia, en treinta y un libros, que abarca desde la muerte de Domiciano (96) hasta la muerte de Valente a manos de los godos (378). Lo que se ha conservado (pérdida de los trece primeros libros) refleja el propósito de imparcialidad contrapesado por el excesivo papel de la retórica en los otros discursos. 

Otros historiadores: Julio Obsequens (Los prodigios, sobre epítome Tito Livio), Aurelio Victor (autor de Liber de Caesaribus) y Eutropio.

A san Jerónimo (entre 347 y 420) corresponde una traducción y prolongación de la Crónica del griego Eusebio (desde el nacimiento de Abraham hasta la muerte de Valente), además de tres biografías edificantes (vidas de los monjes Paulo, Hilario y Malco) y una de De viris ilustribus (392), con breves noticias de escritores cristianos de los cuatro primeros siglos de la era. 

En lo tocante a la a la elocuencia, una recopilación de panegíricos de retores galos y la obra de Q. Aurelio Símaco (entre 345 y 405), defensor de las tradiciones vinculadas al paganismo, son lo más digno de relieve. De Macrobio Teodosio han llegado hasta nosotros un comentario al Sueño de Escipión de Cicerón y unos diálogos titulados Saturnales, sobre cuestiones de gramática, no carentes de interés filosófico. Si no original, la obra de Macrobio Teodosio es una provechosa fuente de enseñanzas. Entre los jurisconsultos sobresalen Papiniano (Quaestiones y Responsa) y el compilador Ulpiano.

La prosa cristiana: Primer periodo 

La primera lengua que utilizó el cristianismo en expansión fue el griego, pues en una etapa inicial se incrementó su difusión por Oriente con las apologistas y no adoptó finalmente el latín hasta llegar a África: en estas provincias de Roma se forjó una lengua cristiana de Occidente.

Si el poeta de origen español C. Vetio Aquilino Juvenco puso en hexámetros el Evangelio hacia el año 330, Cipriano, otro versificador, hizo lo mismo con la Biblia. Por otra parte, está la figura singular de Comodiano, al que se considera cronológicamente el primer poeta del cristianismo. Dejó dos libros de Instrucciones (poemas en acrósticos) y sus Carmen apogeticum. 

Sin embargo, se estima como el más grande poeta de la literatura latina cristiana a Aurelio Prudencio Clemente y natural de Calahorra o de Zaragoza. Fue retórico y abogado y ocupó cargos destacados en la administración provincial y en la corte hasta decidió dedicarse a la poesía. Se le atribuyen cerca de veinte mil versos y entre ellos se incluyen una colección de himnos reunidos en el Liber Cathemerinon (esto es, "Libro de las ocupaciones cotidianas") y las catorce odas, sobre santos españoles y romanos, del Liber Peristephanon (coronas poéticas en alabanza de los mártires). Poesía lírica de gran vigor y colorido, con ritmos muy varios, peca de prolijidad y de monotonía. Entre sus fragmentos más conseguidos se ha señalado el de la descripción del martirio de santa Eulalia en el Liber Peristephanon citado. De su poesía didáctica y polémica sobresalen Apoteosis, Hmartigeneia, Contra Símaco, Psychomachia y cuarenta y nueve cuartetos que forman Ditoochaeon. 
De este periodo, en que la nueva fe se consolida ya, habría que destacar a C. Septimo Florens Tertuliano (entre 150 y 160 hacia 222) , natural de Cartago, que destacó como escritor de primer plano por su dominio de la lengua y del razonamiento, y fue autor del célebre Apologeticum en defensa de los cristianos perseguidos, junto a diversas obras apologéticas (Ad nationes, en dos libros, 197), dogmáticas y polémicas (De spectaculis, hacia el año 200; De corona, tratado en el que consideraba la vida militar como incompatible con la fe del cristianismo).

Sobresalen también Minucio Félix, originario de África y abogado famoso en Roma, que en forma de diálogo compuso el Octavius, apología del cristianismo que el mismo Minucio Felix expone en conversación amistosa con otros dos personajes: Octavio, que ya es cristiano y Cecilio, en el papel de pagano al que seduce el discurso que le dirige Octavio; Tascio Cecilio Cipriano, conocido por san Cipriano, obispo de Cartago, discípulo de Tertuliano y víctima del edicto de persecución decretado por el emperador Valeriano en el 258, entre cuyas obras destacan las Cartas; Arnobio (segunda mitad del siglo III), que en los siete libros de Adversus nationes (Contra los paganos) explicó las razones para adoptar el cristianismo como religión con el platonismo como trasfondo filosófico; y por último, L. Cecilio Firmiano, conocido por Lactancio, nacido hacia 250, que tuvo la ambición de plantear el cristianismo como sistema filosófico en Instituciones divinas (Divinae Institutiones), con un estilo ciceroniano, y que sostuvo la idea de un Dios colérico frente a la injusticia en De ira Dei y De mortibus persecutorum.

Con lactancio concluye concluye el primer periodo de la literatura cristiana, coincidente, en parte al menos con el final de la era de las persecuciones. 

La prosa cristiana: Segundo periodo 

El final de la era de las persecuciones y el afán de rivalizar en la creación literaria produjeron obras de una estimable calidad artística y destinadas, en un primer término, a mantener la unidad de la fe frente a las herejías mediante el fortalecimiento y profundización del cuerpo dogmático y el estudio de los orígenes del cristianismo.

Descollaron en este campo, al lado del papa Dámaso (entre 305 y 384), autor de inscripciones en verso que se grabaron en Templos y monumentos, figuras como la de san Hilario, primer "doctor" de la Iglesia latina, san Ambrosio, san Jerónimo y san Agustín. En el cultivo de la investigación histórica brillaron Sulpicio Severo, Paulo Orosio y Salviano. 

A san Hilario (mediados del siglo IV), que fue obispo de Poitiers, su ciudad natal, se deben comentarios de las Escrituras, el tratado De Trinitante (Sobre la Trinidad), destinado a combatir la herejía arriana sostenida por el emperador Constancio, y una serie de himnos dogmáticos  para contrarrestar los efectos de la himnología arriana. En su obra recibió san Hilario la influencia de Quintiliano, cuya lectura frecuentó. 

En cuanto a Aurelio Ambrosio (330-397), conocido por san Ambrosio, ostentaba un alto cargo en Milán cuando arrianos y ortodoxos lo hicieron obispo el año 374. Tuvo gran influencia sobre el emperador Teodosio. En su producción literaria coadyuvó a la creación de una poesía litúrgica popular (con himnos como Veni  Redemptor gentium) y dejó obras de exégesis (Hexámetron, sobre los seis días de la creación), tratados de moral (Sobre los deberes de los sacerdotes, en tres libros), sermonarios y oraciones fúnebres (elogio de san Agustín) y obras de carácter dogmático. 

Trabajador incansable de una vasta cultura, fue san Jerónimo (340 o 350-420), nacido en Estridón (Dalmacia) y discípulo en Roma del gramático Elio Donato. Su obra magna son las traducciones de la Biblia. Tras un arduo esfuerzo de preparación, entre 391 y 405 llevó a cabo la traducción de todos los libros del Antiguo Testamento. Esta versión halló fuerte oposición y no se impuso definitivamente hasta el concilio de Trento, en el siglo XVI. 

Durante varios años hizo vida de anacoreta en un desierto de Oriente, fue luego secretario y consejero del papa Dámaso, ya citado, quien le encargó revisar el texto latino de la Biblia. Principal representante del ascetismo cristiano, se dedicó a la dirección espiritual y a su labor de traducción y se vio envuelto los últimos años en distintas querellas teológicas. 

De Sulpicio Severo cabe señalar una Vida de un san Martín, obispo de Tours y una Crónica en la que resume la historia del mundo hasta llegar al siglo V, en un estilo próximo a Salustio y a Tácito. 

El español Paulo Orosio prosiguió la obra de san Agustín y dejó siete libros Contra los paganos (Adversum paganus) y a Salviano, sacerdote de Marsella, corresponde la paternidad del tratado Sobre el gobierno de Dios (De gubernatione dei)
Finalmente, capítulo aparte merece Aurelio Augusto o san Agustía, uno de los espíritus singulares y notables de los inicios del cristianismo, cuya vida y obra se exponen a continuación: 

San Agustín "Confesiones", "La ciudad de Dios" 

Oriundo de Tagaste (Numidia), cursó estudios de retórica y fue profesor de esta materia en Tagaste y luego en Cartago. Se adhirió primero al maniqueísmo (la vida es una lucha entre el Bien y el Mal) y estuvo más tarde en Roma y en Milán. La doble influencia de san Ambrosio y de la Biblia determinó su conversión al cristianismo (386). Se bautizó y se ordenó sacerdote ya de vuelta en África. Fue consagrado obispo de Hipona (Bona) en 396. La instrucción de su grey y la refutación de las herejías ocuparon sus últimos días. 

La lectura del Hortensius (tratado de Cicerón) le sirvió de introducción a los estudios de filosofía. Después de una etapa de maniquea, se convirtió al escepticismo de la llamada Academia nueva y de ahí lo llevaron sus inclinaciones hacia el neoplatonismo, umbral de su conversión al cristianismo. 

Su producción literaria es enorme e incluye obras filosóficas, morales y dogmáticas, un tratado sobre la música y más de 200 cartas-opúsculos. De todo este legado despuntan particularmente tres títulos en los que parece haber puesto la máxima atención san Agustín: los Soliloquios (entre  396 u 387) y La ciudad de Dios. 



Los Soliloquios es una de las obras que san Agustín compuso entre su conversión y su bautismo: en los dos libros que los constituyen subyace el debate íntimo entre el propio Agustín y la razón.
Si en los Soliloquios se ponen en juego los mecanismos de la dialéctica para hacer resaltar el papel que desempeña la gracia divina, en las Confesiones, autobiografía que consta de trece libros, se evidencia su capacidad para el autoanálisis psicológico. En sus páginas expone para edificación del lector la tesis de que su conversión religiosa fue debida más al triunfo del don de la gracia que al esfuerzo personal. Los tres últimos capítulos del libro, con el que se parangonarían más tarde las Confessions de Jean Jacques Rousseau, son una meditación sobre la creación y el tiempo y sobre el conocimiento de la trinidad a la luz de la biblia y del alma. 
En De civitae Dei, o La ciudad de Dios, traza san Agustín su visión de la historia: a lo largo de ésta se desarrolla la pugna entre la "ciudad de Dios", formada por todos aquellos a quienes mueve el amor de la caridad, y la que llama "ciudad del mundo", integrada por cuantos se dejan dominar por el egoísmo. Intento de síntesis cristiana, componen La ciudad de Dios veintidós libros. En ella se manifiesta la aspiración a una sociedad cristiana, ideal de la Edad Media occidental, ya en crisis en el mundo antiguo. De esta visión de las dos ciudades (concepción filosófico-teológico de la historia universal) extraerían más tarde su inspiración diferentes utopías (Moro, R. Bacon, Campanella, etc.). También, por una vía controvertible se apoyará en esta idea el teocratismo político medieval, que producirá sus efectos en los siglos siguientes con la monarquía de derecho divino. 

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