La literatura hebrea, o hebraica, es la literatura cultivada en lengua hebrea (lengua cananea, del grupo semítico, en que fue escrita parte de la Biblia), y abarca desde la Biblia o Antiguo Testamento (hebreo bíblico o antiguo) hasta los autores actuales del estado de Israel (lengua oficial de Israel).
Tras un largo eclipse, el hebreo comenzó a fortalecerse, a finales del siglo XIX, como lengua viva, por efecto del movimiento sionista (surgido en la Europa oriental y encaminado a la reconstrucción en Palestina de una patria Judía).
Los libros de la Biblia constituyen el legado más preciado de la literatura hebra antigua y el eje alrededor del cual gira casi toda la literatura judía posterior y una gran parte de la cristiana. El canon judío de las Escrituras contiene sólo obras en hebreo, que, a pesar de tener un contenido muy unitario de pensamiento religioso y nacional, muestran una gran diversidad de estilos y formas literarias.
En su aspecto puramente literario, muchos de los textos bíblicos no hallan parangón en toda la literatura del antiguo Oriente Medio, en tanto que algunos otros pueden haber estado influenciados por obras literarias de los pueblos vecinos (es decir, Egipto, Mesopotamia, Fenicia y Grecia).
Volviendo a tomar en parte los géneros literarios bíblicos, se escribieron otras obras hebreas los últimos siglos anteriores a la era cristiana, que no fueron, sin embargo admitidas dentro del canon judío de la Biblia: son obras didáctico-poéticas (el Eclesiástico) e históricas (libros del Macabeos, dos obras distintas que tienen por argumento común las guerras heroicas de los Macabeos, guerras civiles tanto como nacionales y que fueron alentadas por los reyes de Siria), composiciones místico-litúrgicas (himnos y salmos de Qumrán) y, en particular, las del género apocalíptico (parte de los libros apócrifos).
HALLAZGOS DEL MAR MUERTO
Los hallazgos del mar Muerto (a partir de 1947) han dado a conocer una gran cantidad de obras hebreas de carácter esotérico (esto es, reservado para los adeptos, para los de adentro, y por lo tanto, sinónimo de hermético, abstruso), probablemente anterior y aun contemporáneo del Nuevo Testamento. Entre tales obras aparecen géneros literarios desconocidos hasta la fecha: así, los peserim o comentarios bíblicos, las reglas de la comunidad de Qumrán y las disposiciones para la gran lucha escatológica.
A mediados del siglo II comenzaron a registrarse por escrito las opiniones de los rabinos o doctores de la Ley. Esta literatura rabínica ofrece dos vertientes: la haggad (de temática muy popular, que incluye traiciones, leyendas, etc.) y la hálaka (comentario bíblico de tipo religioso-jurídico). Los escritos halakot (cuestiones legales) de la primera época forman el fondo de los primeros midrasim.
Hacia el año 200 Yehudá ha Nasí (135-217) promulgó la gran codificación legal de la Misná, destinada a interpretar y complementar la Torá, esto es, el Pentateuco (cinco primeros libros de la Biblia). Muchas de las layes (halakot) omitidas por Yéhudá ha Nasí las recogieron sus discipulos en la Tosefita, labor en la que destacó Rabbí Hiyya.
El Talmud
Con todo ello, el proceso de expansión siguió adelante y comenzaron a redactarse los comentarios de Misná, denominados guemará, los cuales, juntamente con el texto comentado, vienen a constituir el célebre Talmud (que es doble; el de Babilonia y el de Jerusalén). Este se encuentra recopilado, principalmente en los comentarios rabínicos de la Biblia llamados midrasím, que suelen emplear el estilo homilético (de homilía, esto es, plática religiosa) y forman compilaciones amalgamadas (compuestas en Palestina, sur de Italia y Babilonia).
No obstante, hay que advertir que una gran parte de esta literatura, hebrea por su naturaleza última, se escribió en lengua aramea (otra lengua cananea). El hebreo tuvo rebrotes literarios en los siglos VII y VIII en Palestina, con la obra poética, litúrgica y profana, de los Paitanim Yossi ben Yossi, El'azar Kallir y Yannai. En Europa este resurgimiento literario tuvo lugar en los siglos XI y XII con los grandes poetas hispanos: así, por ejemplo, el diván de Yehudá ha-Leví (1075-1161), que escribió en árabe la novela filosófica, a la vez que obra apologética, titulada El Cuzarí. Autor en hebreo del Himno de la creación, a Yehudá ha-Leví se debe el género poético-religioso centrado en el tema del retorno a Sión, de contenido nacionalista.
En Málaga nació hacia el año 1020 Avicebrón, el mejor poeta medieval en hebreo, muerto en Valencia en 1050 o 1058, conocido también con el nombre de Selomó ibn Gabirol. Avicebrón redactó una gramática hebrea en verso y escribió en árabe de su obra principal Fuente de vida. Escritores hispano-hebreos fueron también Menalem ben Saruq, Semuel ibn Negrella y Abraham ibn Ezra (1092-1167).
Al lado de la poesía, los judíos siguieron escribiendo en hebreo obras legales, polémicas, filosóficas, didácticas, etcétera. De otra parte, no cabe separar estas obras del conjunto de la producción literaria judía en otras lenguas, como el arameo y el árabe y la mayoría de las europeas (literatura en yiddish, por ejemplo). No obstante, aunque el hebreo llegara algunas veces a desaparecer como lengua hablada corrientemente, no fue nunca del todo abandonado como medio adecuado de transmisión literaria en ningún periodo de la historia.
LA BIBLIA O ANTIGUO TESTAMENTO
Punto de referencia de toda la literatura hebrea en sus distintas vicisitudes es la Biblia o Antiguo Testamento. Con estos nombres, y también el de Sagrada Escritura, se designa al conjunto de libros, muchos de los cuales se consideran como inspirados, y consiguientemente como normativos, de las religiones judía y cristiana.
El término biblia es una forma plural de la palabra griega biblion, que significa "libro": A partir del siglo XIII se comenzó a interpretarlo como un singular latino, forma que ha sido asumina por las principales lenguas modernas. Los cristianos dividen la colección bíblica en dos partes esenciales: Antiguo Testamento y Nuevo Testamento.
La primera parque contiene escritos compuestos antes de la venida de Cristo; la segunda consta de textos redactados durante el primer siglo después de Cristo. La palabra Testamento es convencional.
La versión griega de los Setenta (LXX), que los apóstoles autorizaron con su uso, traduce berit por diathéke, que quiere decir "disposición", sentido recogido por el término testamentum de la versión latina de la Biblia llamada Vulgata, fruto de la labor llevada a cabo por san Jerónimo. De ahí la denominación Antiguo Testamento para significar la alianza entre Yavé e Israel, en contraposición a Nuevo Testamento, la alianza sellada por Cristo. Ambas expresiones fueron posteriormente aplicadas a todos los libros que tratan de las dos alianzas, de sus leyes y sus instituciones.
El Antiguo Testamento, según el canon de la Biblia hebrea, se compone de los cinco libros del Pentateuco, que los judíos designaban con el nombre de Toráh o Ley y que van del Génesis al Deuteronomio. Siguen a éstos los Profetas, desde el libro de Josué (inicio de los Profetas anteriores), y acaba con los Escritos (o Hagiógrafos), que comprenden desde los Salmos (o "Alabanzas") hasta las denominadas Crónicas.
En total, la Biblia judía consta de veinticuatro libros. La Biblia griega de los Setenta, destinada a los judíos de la Dispersión, varía en su ordenación según los manuscritos y las ediciones. Al canon cristiano fueron incorporados algunos libros no pertenecientes a la Biblia hebrea ("deuterocanónicos") y que la Iglesia considera como inspirados al igual que los libros de la Biblia hebrea. Son éstos los siguientes: Judit, Tobías, Macabeos, El libro de la Sabiduría, Eclesiásticos, Baruc (Baruc y Carta de Jeremías) y Daniel (Susana y Belte y el Dragón).
La incidencia que ha tenido la Biblia no sólo en la literatura hebrea, sino en toda la literatura universal y en sus diferentes fases evolutivas, no puede ser objeto de medición. En las literaturas occidentales su huella es profunda tanto en el orbe protestante como en el católico, tanto en la esfera de lo religioso como en la de lo más profano (ya sea para cuestionarla, o para beber de sus fuentes).
A mediados del siglo II comenzaron a registrarse por escrito las opiniones de los rabinos o doctores de la Ley. Esta literatura rabínica ofrece dos vertientes: la haggad (de temática muy popular, que incluye traiciones, leyendas, etc.) y la hálaka (comentario bíblico de tipo religioso-jurídico). Los escritos halakot (cuestiones legales) de la primera época forman el fondo de los primeros midrasim.
Hacia el año 200 Yehudá ha Nasí (135-217) promulgó la gran codificación legal de la Misná, destinada a interpretar y complementar la Torá, esto es, el Pentateuco (cinco primeros libros de la Biblia). Muchas de las layes (halakot) omitidas por Yéhudá ha Nasí las recogieron sus discipulos en la Tosefita, labor en la que destacó Rabbí Hiyya.
El Talmud
Con todo ello, el proceso de expansión siguió adelante y comenzaron a redactarse los comentarios de Misná, denominados guemará, los cuales, juntamente con el texto comentado, vienen a constituir el célebre Talmud (que es doble; el de Babilonia y el de Jerusalén). Este se encuentra recopilado, principalmente en los comentarios rabínicos de la Biblia llamados midrasím, que suelen emplear el estilo homilético (de homilía, esto es, plática religiosa) y forman compilaciones amalgamadas (compuestas en Palestina, sur de Italia y Babilonia).
No obstante, hay que advertir que una gran parte de esta literatura, hebrea por su naturaleza última, se escribió en lengua aramea (otra lengua cananea). El hebreo tuvo rebrotes literarios en los siglos VII y VIII en Palestina, con la obra poética, litúrgica y profana, de los Paitanim Yossi ben Yossi, El'azar Kallir y Yannai. En Europa este resurgimiento literario tuvo lugar en los siglos XI y XII con los grandes poetas hispanos: así, por ejemplo, el diván de Yehudá ha-Leví (1075-1161), que escribió en árabe la novela filosófica, a la vez que obra apologética, titulada El Cuzarí. Autor en hebreo del Himno de la creación, a Yehudá ha-Leví se debe el género poético-religioso centrado en el tema del retorno a Sión, de contenido nacionalista.
En Málaga nació hacia el año 1020 Avicebrón, el mejor poeta medieval en hebreo, muerto en Valencia en 1050 o 1058, conocido también con el nombre de Selomó ibn Gabirol. Avicebrón redactó una gramática hebrea en verso y escribió en árabe de su obra principal Fuente de vida. Escritores hispano-hebreos fueron también Menalem ben Saruq, Semuel ibn Negrella y Abraham ibn Ezra (1092-1167).
Al lado de la poesía, los judíos siguieron escribiendo en hebreo obras legales, polémicas, filosóficas, didácticas, etcétera. De otra parte, no cabe separar estas obras del conjunto de la producción literaria judía en otras lenguas, como el arameo y el árabe y la mayoría de las europeas (literatura en yiddish, por ejemplo). No obstante, aunque el hebreo llegara algunas veces a desaparecer como lengua hablada corrientemente, no fue nunca del todo abandonado como medio adecuado de transmisión literaria en ningún periodo de la historia.
LA BIBLIA O ANTIGUO TESTAMENTO
Punto de referencia de toda la literatura hebrea en sus distintas vicisitudes es la Biblia o Antiguo Testamento. Con estos nombres, y también el de Sagrada Escritura, se designa al conjunto de libros, muchos de los cuales se consideran como inspirados, y consiguientemente como normativos, de las religiones judía y cristiana.
El término biblia es una forma plural de la palabra griega biblion, que significa "libro": A partir del siglo XIII se comenzó a interpretarlo como un singular latino, forma que ha sido asumina por las principales lenguas modernas. Los cristianos dividen la colección bíblica en dos partes esenciales: Antiguo Testamento y Nuevo Testamento.
La primera parque contiene escritos compuestos antes de la venida de Cristo; la segunda consta de textos redactados durante el primer siglo después de Cristo. La palabra Testamento es convencional.
La versión griega de los Setenta (LXX), que los apóstoles autorizaron con su uso, traduce berit por diathéke, que quiere decir "disposición", sentido recogido por el término testamentum de la versión latina de la Biblia llamada Vulgata, fruto de la labor llevada a cabo por san Jerónimo. De ahí la denominación Antiguo Testamento para significar la alianza entre Yavé e Israel, en contraposición a Nuevo Testamento, la alianza sellada por Cristo. Ambas expresiones fueron posteriormente aplicadas a todos los libros que tratan de las dos alianzas, de sus leyes y sus instituciones.
El Antiguo Testamento, según el canon de la Biblia hebrea, se compone de los cinco libros del Pentateuco, que los judíos designaban con el nombre de Toráh o Ley y que van del Génesis al Deuteronomio. Siguen a éstos los Profetas, desde el libro de Josué (inicio de los Profetas anteriores), y acaba con los Escritos (o Hagiógrafos), que comprenden desde los Salmos (o "Alabanzas") hasta las denominadas Crónicas.
En total, la Biblia judía consta de veinticuatro libros. La Biblia griega de los Setenta, destinada a los judíos de la Dispersión, varía en su ordenación según los manuscritos y las ediciones. Al canon cristiano fueron incorporados algunos libros no pertenecientes a la Biblia hebrea ("deuterocanónicos") y que la Iglesia considera como inspirados al igual que los libros de la Biblia hebrea. Son éstos los siguientes: Judit, Tobías, Macabeos, El libro de la Sabiduría, Eclesiásticos, Baruc (Baruc y Carta de Jeremías) y Daniel (Susana y Belte y el Dragón).
La incidencia que ha tenido la Biblia no sólo en la literatura hebrea, sino en toda la literatura universal y en sus diferentes fases evolutivas, no puede ser objeto de medición. En las literaturas occidentales su huella es profunda tanto en el orbe protestante como en el católico, tanto en la esfera de lo religioso como en la de lo más profano (ya sea para cuestionarla, o para beber de sus fuentes).
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