jueves, 22 de febrero de 2018

8 LITERATURA GRECOLATINA: PERIODO GRECORROMANO II

El teatro o la poesía dramática

En el teatro se produjo en esta época la total decadencia de la tragedia y de la comedia. Los autores se alejaron de ambos géneros y las pocas tragedias de la época no se destinaron en ningún caso a la representación. En cambio, se volvieron representar con gran éxito las obras de antiguos dramaturgos como Pacuvio (entre 220 y 130 a. de C.). 

Tragedia y comedia fueron reemplazadas por un género nuevo: el mimo literario, pieza cómico bufonesca con alusiones de actualidad y asuntos mitológicos de carácter más bien licencioso. Los actores actuaban sin utilización de máscaras y los papeles femeninos los interpretaban mujeres. En ese recién estrenado género descollaron D. Laberio (entre 106 y 43 antes de C.), que en algunos aspectos se inspiró en la fabula palliata y que en uno de sus mimos se atrevió a meterse con Cesar (que le hizo perder su rango de equiles al obligarle a representar uno de sus mimos) y Publilio Siro, rival del primero, que solía incluir en sus mimos buen número de sentencias morales, que fueron posteriormente recopiladas. 

Tras Publilio Siro decayó el género del mimo, y a la pantomima y el ballet se desprendieron de él para pasar a formar parte esencial de las representaciones teatrales bajo el Imperio. 

La elocuencia 

La elocuencia romana del primer siglo sufrió naturalmente la influencia de los griegos y en ella se disputaron la primacía tres principales escuelas la llamada neoática que preconizaba la sobriedad en el discurso y la poda ornamental; la asiática, con un estilo a veces sentencioso y rebuscado, y en un término medio que encarnaba la escuela ecléctica de Rodas, que pretendía atenuar los abusos de uno y otro lado y en cuyas filas militaba la figura sobresaliente de Marco Tulio Cicerón. 

Partidario del aticismo fue entre otros Marco Junio Bruto, uno de los asesino de César. El principal representante del asinamiento o escuela asiática lo fue Quinto Hortensio Hortalo (entre 114 y 50 antes de Cristo), orador muy renombrado del que no se ha conservado ningún discurso. Entre los políticos diestros en el arte ningún discurso. Entre los políticos diestros en el arte de la oratoria, aparte de Cicerón y de Julio César, figuraron Pompeyo (entre 106 y 48 antes de C.); Catón  de Útica (entre 95 y 46 antes de C.) y, sobre todo, Marco  Antonio (entre 83 y 30 antes de C.), célebre por el discurso que pronunció a raíz de los funerales de César. También Licinio Calvo fue un notable exponente de la escuela neoática arriba citada.

Marco Tulio Cicerón 



Figura central de la época que lleva su nombre, Marco Tulio Cicerón era hijo de una familia Arpino y nació en aquella localidad el 3 de enero del año 106 antes de C. Estudió filosofía, que incluía entonces las ciencias, y tuvo como maestros al orador M. Licinio Craso, al jurisconsulto Marco Escévola y a un retórico llamado Molón de Rodas, que en Grecia lo introduciría en el estilo neoático de la elocuencia.

No tardó en frecuentar el Foro (es decir, los tribunales) y en el año 80 defendió de la acusación de parricidio a Sexto Roscio de Ameria, enfrentándose con tal ocasión a los partidarios de Sila. Vencedor en el pleito, se convirtió en uno de los principales abogados de Roma. Nombrado cuestor, ejerció este cargo en Lilibea (Sicilia) el año 75. En el 70 le confiaron los sicilianos la acusación contra Verres, antiguo gobernador de la isla y miembro del partido aristocrático: le bastó un breve discurso y la comparecencia de testigos (cuyos testimonios él mismo marchó a buscar a Sicilia) para que lo condenaran. Hoy las Verrinas, es decir, los discursos que en el proceso pronunció Cicerón, constituyen aparte de su intrínseco valor literario, un valiosísimo documento sobre Sicilia del siglo I antes de Cristo.

Edil curul en el 69, pretor en el 66, ocupó el Consulado en el año 63, cargo desde el que desbarató la conjuración en Catalina e hizo ejecutar a sus cómplices. De este periodo datan las invectivas contra Catalina (Catalinarias). De lege agragia y el Pro Murena (defensa de Murena, cónsul designado, al que se acusaba de intrigar). 

En el 58, nombrado tribuno de la plebe su acérrimo adversario Publio Codio, Cicerón fue desterrado de Roma. Volvió al año siguiente, pero anulado políticamente por el primer triunvitaro, indeciso entre César y Pompeyo, aceptó el 51 el cargo de gobernador de Cilicia (51 - 50). Al estallar la guerra civil se inclinó del lado de Pompeyo y aplaudió más tarde más tarde el asesinato de César, al que inútilmente había aconsejado que devolviera la libertad a Roma. Combatió luego a Marco Antonio, rival primero de Octavio y su aliado más tarde para repartirse el dominio de Roma, y contra él lanzó las famosas Filípicas, que resonaron en el senado y en el foro "como grito de agonía de las instituciones republicanas que mueren". Tras buscar refugio en su villa de Tuscolo, intentó embarcarse hacia la costa campaña. Los sicarios de Antonio le dieron alcance en Formia y allí fue decapitado por un centurión. Su cabeza y su mano derecha fueron expuestos en el foro. Era el año 43 antes de Cristo. 

El legado de Cicerón 

Dejaba Cicerón una ingente producción esencialmente constituida por sus numerosos discursos (a las Verrinas y Filípicas ya citada, cabe añadir, entre otros, Pro Archia, elogio de las letras en defensa del poeta Arquias, y Pro Milone, In Prisonem y Pro Ligario), tratados de retórica (entre los que destacan los titulados Brutus y Orator), obras filosóficas y algunas tentativas poéticas (traducciones del poeta griego Arato, etc.). Del apartado de las obras filosóficas merecen señalarse el tratado De república (del queentre otros fragmentos se conserva el titulado Sueño de Escipión, un  curioso viaje a los cielos que hace el joven Escipión, texto que influyo luego en Lucano y llegó hasta Chaucer y Boccaccio), las Académicae quastiones o Academia, y sobre todo, como los más admirados y conocidos, los dos tratados de De senectute, donde la figura de Marco Porcio Catón simboliza la ancianidad e interviene en una especie de diálogo para explicar las ventajas de la vejez y De amictia, donde trata de definir la amistad, la fragilidad de ésta y los deberes que implica. Fue también muy divulgado el De officiis (De los deberes).

Lugar aparte ocupan las Epístolas (unas novecientas conservadas), uno de los documentos de mayor interés (psicológico, histórico, artístico) que poseemos acerca de la Antigüedad. Su estilo ha sido en general ensalzado como musical y armonioso, flexible en los cambios de tono dentro de una misma oración, claro y preciso, a la vez de una gran perfección y una gran variedad.

Nunca olvidado, el entusiasmo por la obra ciceroniana llegó a su colmo en el Renacimiento. Los ataques que le dirigió el historiador Theodor Mommsen en el siglo XIX hicieron mella en su prestigio y en la actualidad se le juzga con un mayor rigor, estando considerado una gran figura de la antiguedad clásica. 

Julio César 


La otra figura preeminente de la época (época llamada de Cicerón o de César, según los historiadores y críticos), tanto en los político como en lo literario, fue la de Julio César. 

César perteneció a una familia patricia y pretendía ser descendiente de Eneas, más exactamente de un hijo de este llamado Iulo. Su nacimiento tuvo lugar en Roma el 12 de julio del año 100 a. de C. En el año 83 contrajo matrimonio con una hija de Lucia Cinna del partido popular encabezado por Mario y enfrentado al de Sila. A causa de esta boda tuvo que marchar un tiempo de Roma; regresó el año 78 para viajar posteriormente a Rodas con el propósito de instruirse en la oratoria. Se sospechó de él como cómplice de Catilina, del que fue acusador Cicerón. Fue cuestor en el año 68, edil en el 65 y pontífice máximo dos años después. Propretor en la España Ulterior, combatió con gran éxito a los lusitanos. Formó parte en el 60 del primer triunvirato y alcanzó el consulado al año siguiente. Julio César fue acumulando cargos y popularidad hasta producirse el enfrentamiento con Pompeyo y la guerra civil. 

Personaje polémico, tan pronto denigrado como exaltado, se le cuenta entre los grandes artífices de la guerra (admiración de Napoleón, que lo comparó con Alejandro y Aníbal) y el valor literario de sus dos obras conocidas - La guerra de las Galias y Memorias de la guerra civil- no ha sido puesto en entredicho. En la primera de ellas (en latín de De Bello Gallico) procede con una gran veracidad en la relación de los hechos y en ambos textos se atiene a los sucesos de que fue actor o que le tocó presenciar. En otro caso utiliza los partes o relaciones, escritor u orales de sus lugartenientes. Tanto unos como otros comentarios destacan por su composición y la viveza del relato, despojado de pormenores inútiles, así como por la perfecta ordenación de los hechos u la soltura del estilo (en la frase corta y en el periodo largo). También el afán purista (evita los arcaísmos, los términos vulgares o bien poéticos) es común a los dos libros.

Aunque no se le olvidó durante la Edad Media fue también durante el Renacimiento cuando se pusieron de relieve sus profundas cualidades literarias. En el siglo XIX se le emparejó con Cicerón como maestro de la prosa latina clásica. 



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